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Uruguay y la peculiaridad de ganar una Copa América en cuatro días

La Celeste ha ganado el certamen continental en 15 oportunidades, pero ninguna se compara al título de 1987, conseguido con un par de victorias en igual número de partidos.

Buenos Aires, 1987: Uruguay es otra vez campeón sudamericano.

La Copa América 1987 es recordada especialmente por la peculiaridad de su formato, que otorgaba al campeón de la edición anterior (Uruguay) la posibilidad de ingresar directamente en semifinales.

Por ese motivo, al equipo que dirigía Roberto Fleitas le bastaron cuatro días para retener el título: el 9 de julio debutó ante Argentina y el 12 jugó la final frente a Chile. Los dos partidos se disputaron en el mismo escenario: el Monumental de Buenos Aires.

La campaña relámpago tuvo dos triunfos por la mínima diferencia y una oncena repetida en ambas presentaciones, con Eduardo Pereira en el arco; Alfonso Domínguez, Nelson Gutiérrez, Obdulio Trasante y José Pintos Saldanha en defensa; Gustavo Matosas, José Perdomo y Pablo Bengoechea en el mediocampo; Enzo Francescoli como enganche; y Antonio Alzamendi junto a Ruben Sosa en ofensiva.

LA SEMIFINAL ANTE ARGENTINA

Antes de ir al partido, vale repasar el contexto del mismo.

Argentina venía de ser campeón del mundo en México 1986 con un brillante Diego Maradona y era el anfitrión del torneo.

El equipo de Bilardo había sido, además, el verdugo de Uruguay en el Mundial. Ese Uruguay había llegado a México con un gran plantel y grandes expectativas -tras ganar la Copa América en 1983-, pero su ilusión se diluyó en un mar de polémicas internas.

Esto provocó el final del ciclo de Omar Borrás y la llegada de Roberto Fleitas a la dirección técnica. El plantel celeste sufrió una renovación casi total, de la que sólo se salvaron tres jugadores: Enzo Francescoli, Nelson Gutiérrez y Antonio Alzamendi.

Sería precisamente el delantero duraznense el encargado de sentenciar a Argentina, con un derechazo suave y esquinado que decretó el 1-0 a los 43 minutos del clásico rioplatense. La asistencia había sido de Francescoli, trastabillándose.

En el segundo tiempo, Uruguay activó el operativo “resistencia”: controló a Maradona con una marca escalonada y metódica, y cuando no pudo hacerlo, se abrazó a la seguridad de Eduardo Pereira, quien fue protagonista de la atajada del campeonato, al desviar con una mano un cabezazo de Juan Gilberto Funes que tenía destino de red.

LA CONSAGRACIÓN

El rival en la final fue Chile, quien venía de eliminar a Brasil en la fase de grupos (con un 4-0 lapidario) y a Colombia en semifinales (2-1 en alargue).

El equipo de Orlando Aravena era la gran sorpresa de la competencia, pero en el partido más importante se olvidó de jugar: dejó archivado todo lo bueno que había hecho anteriormente y se dedicó a pegar.

Chile quiso amedrentar a patadas a los futbolistas celestes, pero ese no era un camino que desembocara en la victoria ante Uruguay.

Hacer sentir el físico en las pelotas divididas es una cosa; pegar sin sentido, es algo muy distinto.

Chile salió a la caza de Francescoli. Lo castigaron sin piedad y como resultado, el zaguero trasandino Eduardo Gómez fue expulsado a los 14 minutos por una patada descalificadora.

El propio Francescoli reaccionaría más tarde ante una agresión sufrida por Alzamendi y también vería la roja.

Con más de una hora por jugar, estaban 10 contra 10 y Uruguay tenía la difícil misión de absorber la baja de Enzo, uno de los pilares del equipo.

Y en ese momento emergió otro “titiritero” para comandar los hilos del ataque celeste. Un joven de 22 años asumiría el liderazgo futbolístico y sería, además, el autor del gol que valdría el título: Pablo Javier Bengoechea.

El gol llegó en el arranque del segundo tiempo y Uruguay no pasaría zozobras para mantener la ventaja y sellar una consagración atípica, conseguida en apenas 180 minutos de fútbol.

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